6.3.19

Los urinettes en Londres

Bombachas de lino blanco de la Reina Victoria, hacia 1860, Gran Bretaña.

Urinettes

En Londres tuvo lugar un experimento de corta duración alrededor de 1898, cuando se instalaron las llamadas urinettes a modo de prueba en un baño público para mujeres no identificado. Más pequeños que los cubículos convencionales, con cortinas en vez de puertas, se tiraba de la cadena automáticamente como el urinal de hombre. Sin embargo, lo que fue quizás más avanzado que su diseño fue que solo se cobraba medio penique para usarlo. 

Para entender por qué esta propuesta fue tan radical, es importante ponerla en el contexto del Londres victoriano tardío. Las mujeres de entonces que buscaban los baños públicos tuvieron que lidiar con dos obstáculos principales: en primer lugar, tenían que encontrar los baños; y en segundo, tenían que poder pagar para usarlos. Mientras que los hombres podían usar urinarios sin costo alguno y pagar solo un centavo por un cubículo, a las mujeres se les cobraba un centavo siemprelo cual, como George Bernard Shaw observó correctamente, era un "precio absolutamente prohibitivo para una mujer pobre."1 Según Shaw, "ningún hombre ha pensado jamás en esta dificultad hasta que se lo han señalado". Shaw culpó a esta ignorancia generalizada de "la barrera de lo innombrable," que impedía la discusión abierta y libre de las necesidades femeninas.2 En su mayor parte, las funciones corporales de las mujeres—embarazo, menstruación, defecación, miccióneran territorio desconocido, una "oscuridad enmarañada serpenteante" que evocaba el espectro de la sexualidad y el cuerpo femenino incontrolable en la mente popular.3

Las urinettes, sin embargo, intentaron proporcionar una solución de ingeniería para el problema del cobro de centavos. Al igual que los urinarios, las urinettes eran más baratas y más eficientes espacialmente que los sanitarios tradicionales. Además, a pesar del hecho de que el vestido de las mujeres en la década de 1890 todavía era restrictivo, su ropa interior se abría en la entrepierna, sin botones ni abrochaduras. Esta apertura significaba que los urinarios femeninos podrían haber sido más cómodos y más fáciles de usar para las mujeres de lo que serían hoy.

Pero a pesar de que se continuaron instalando, al menos, en la década de 1920, las urinettes nunca parecieron ganar una gran aceptación. Una paciente de Havelock Ellis, Florrie, hizo referencia a la presencia de una urinette en Portsmouth solo para señalar que era estrepitosamente impopular.4 Aunque no hay evidencia histórica de por qué tales experimentos fallaron, lo más probable es que fueran víctimas de un problema mayor al que se enfrentan los baños para mujeres. Al mirar el plano en planta de 1898 para el baño con urinettes y un lavabo, el lado de los hombres tiene siete cubículos, quince urinarios y dos lavabos. Esta asimetría no era accidental, pero era estándar en los baños de esos tiempos.5 
 
Plano de baño público de Londres de 1898 con urinettes femeninos. De George B. Davis y Frederick Dye, A Complete and Practical Treatise upon Plumbing and Sanitation, 1898.
[Fuente]
Como los ingenieros George Davis y Frederick Dye explicaron en 1898, el problema era que las mujeres a menudo no usaban su lado, con la consecuencia de que los baños para "el sexo débil" eran "más a menudo fracasos, financieramente y prácticamente, que un éxito."6 En consecuencia, se les proporcionaron menos. Sin embargo, la razón por la cual los baños de las mujeres eran fracasos financieros notorios no era simplemente porque las mujeres más pobres no podían permitirse usarlas. La realidad era que, lejos de ser usado universalmente por mujeres, los baños públicos a menudo eran rechazados por ellas, ya sea por temor, disgusto o, como expresaron Davis y Dye, un "peculiar exceso de pudor" que forzó sus cierres.7

Con esta revelación, el panorama se vuelve considerablemente más complejo. Los baños públicos de mujeres estaban claramente definidos por las nociones contemporáneas de la decencia y la feminidad. Pero el cierre de los baños femeninos también nos recuerda que las mujeres victorianas estaban tan involucradas en estos discursos como los hombres victorianos, en la medida en que a menudo anulaban sus propias necesidades físicas cuando estaban en público.

[1] George Bernard Shaw,
"The Unmentionable Case for Women’s Suffrage," en Practical Politics, ed. Lloyd J. Hubenka (Lincoln: University of Nebraska Press, 1976), 104.
[2] Ibid., 103.
[3] Jennifer Bloomer, "The Matter of the Cutting Edge," en Desiring Practices, ed. Duncan McCorquodale, Katerina Redi, y Sarah Wigglesworth (Londres: Black Dog, 1996), 15.
[4] Florrie señala que las mujeres huían de las urinettes "con horror." Citado en Simone de Beauvoir, The Second Sex, ed. y trans. H. M. Parshley, (1949; Londres: Vintage, 1997), 303.
[5] Esta asimetría sigue presente. Un estudio realizado por el Departamento de Medio Ambiente de Estados Unidos en 1992 determinó que la proporción promedio de baños de hombres y mujeres en teatros y cines es de cincuenta y tres a cuarenta y siete. El ideal sería de unos treinta y ocho a sesenta y cuatro. Grace Bradberry, "Why Are We Waiting?" The Times, Septiembre 6, 1999, sec. 3, p. 37.
[6] George B. Davis y Frederick Dye, A Complete and Practical Treatise upon Plumbing and Sanitation Embracing Drainage and Plumbing Practice etc. (Londres: E. and F. N. Spon, 1898), 171-72.
[7] Ibid., 182.

GERSHENSON, Olga, ‎PENNER, Barbara (eds.), Ladies and Gents: Public Toilets and Gender, Temple University Press, Philadelphia, 2009, p. 143-144. [Traducción propia]