Gayle en chaparreras de cuero. Fotografía de Morgan Gwenwald, 1982.
[Fuente]
No veo cómo se puede hablar de fetichismo, o sadomasoquismo, sin pensar en la producción de caucho, en las técnicas y herramientas utilizadas para controlar y montar a caballo, en el brillo del calzado militar pulido, en la historia de las medias de seda, en las cualidades autoritarias y frías del los equipos médicos, o el encanto de las motocicletas y las libertades evasivas de salir de la ciudad por carretera abierta. De hecho, ¿cómo pensar en el fetichismo sin el impacto de las ciudades, de ciertas calles y parques, de barrios rojos y "entretenimiento barato", o de las seducciones de los mostradores de los grandes almacenes, llenos de artículos deseables y glamurosos (Walkowitz, Peiss, Matlock)? Para mí, el fetichismo plantea todo tipo de cuestiones relacionadas con los cambios en la producción de los objetos, las especificidades históricas y sociales del control y las convenciones sociales, o las invasiones corporales ambiguamente experimentadas y las jerarquías minuciosamente graduadas. Si toda esta compleja información social se reduce a la castración o al complejo de Edipo, o a saber o no saber lo que se supone que uno debe saber, creo que algo importante se ha perdido.
RUBIN, Gayle, entrevista con BUTLER, Judith, «Sexual Traffic», en WEED, Elizabeth, ROONEY, Ellen, (eds.), differences: A Journal of Feminist Cultural Studies 6.2+3, Indiana University Press, 1994, pp. 78-79 [Traducción propia]
Gayle Rubin, que a diferencia de Foucault no tiene miedo de adoptar como referencia los modos de producción del capital y la cultura popular, en lugar de volver a los griegos, apunta la posibilidad de considerar la sexualidad como parte de una historia más amplia de las tecnologías, que incluiría desde la historia de la producción de los objetos de consumo (motos, coches, etc.). la historia de la transformación de las materias primas (seda, plástico, cuero, etc.), a la historia del urbanismo (calles, parques, distritos, carreteras abiertas, etc.). Se trataría, por tanto, de repensar tanto el S&M como el fetichismo no tanto como perversiones marginales en relación con la sexualidad «normal» dominante, sino más bien como elementos esenciales de la producción moderna del cuerpo y de la relación de este con los objetos manufacturados. De este modo la historia de la sexualidad se desplaza desde el ámbito de la historia natural de la reproducción para formar parte de la historia (artificial) de la producción.